Abel Medina Sierra
Cerrado el telón de la versión
conmemorativa de medio siglo del Festival de la Leyenda Vallenata, con mente
reposada y diluida la resaca, conviene la hora de los balances y las
reflexiones. En particular me quiero referir al concurso de la canción
vallenata inédita, que en esta ocasión coronó como rey de reyes a Ivo Luís
Díaz. La decisión causó cierta extrañeza
pues era claro el favoritismo del son de Julio César Daza y la canción
ganadora, “El rey de los cajeros” tuvo muchas críticas en la semifinal por la
saturación de voces que la hacía casi
inaudible para el público. A veces suele pasar en los festivales, que ciertas
canciones se imponen más por el peso simbólico de la letra que por su calidad
estética, en este caso, se quiso honrar al cajero Pablo López al declarar como
ganadora esta canción. Al fin, el verdadero homenaje a la dinastía López fue
este año y se sigue demostrando que para
muchos jurados, el apellido de los concursantes pesa mucho.
A decir verdad, para ser una
versión de rey de reyes, las canciones inéditas no estuvieron a la altura
esperada. Unos compositores veteranos que ya poco se dedican a componer y
otros que se han vuelto repetitivos en
el formulismo simplón de sus composiciones. Particularmente, creo que se
escucharon mejores canciones el año anterior con compositores de menos
pergaminos. Los motivos que han conspirado para que este concurso se vuelva una
monótona letanía repetitiva y de escaso ejercicio creativo son varios.
Llama poderosamente la atención
el oportunismo temático de los compositores. Aproximadamente un 90% de las
canciones hacían alusión a los 50 años del Festival con un inventario de
alusiones a Consuelo, López y Escalona, vivas a Valledupar y otras muletillas
que nunca faltan en estas canciones “festivaleras”. Compositores como Iván Ovalle o Alfonso Cotes Núñez desperdiciaron bellas melodías en
líricas que dicen nada nuevo. Otra tendencia marcada es lo que llamaría, las “canciones
obituarios”. Nuestros compositores creen
que mientras más muertos mencionen en las canciones tienen más valor
folclórico. Hubo canciones en las que nombraban más de 20 personajes fallecidos
entre políticos como López y Pedro Castro hasta gestores como Consuelo y
cualquier cantidad de juglares.
La universalidad se fugó de la canción vallenata en este y lo demás
festivales o la expulsaron los jurados con sus decisiones y premiando
canciones de temáticas muy domésticas o
de referentes muy locales. Lo que escuchamos es un verdadero inventario de
ausencias a la que se suma la nostalgia por los tiempos idos, las costumbres
perdidas o por las canciones memorables como “El amor amor”, “Matilde Elina”, “El
testamento” y otras que seguirán en su reino mientras estos
autores no afinen la creatividad y su lucidez.
Por otra parte, el déficit
lingüístico de los compositores parece ser el mal mayor en estos tiempos. Los lugares comunes
abundan y se pasean de una canción a otra en una suerte de corta y pegue y una
ausencia de recursos retóricos. ¿Es que acaso, no se puede llevar al festival der Valledupar
una canción que no mencione a Consuelo, Escalona, el río Guatapuri, la nevada,
el cerro de Murillo o los cañaguates? La
vieja fórmula que le sirvió a Rafael
Manjarrés o a Wiston Muegues no pasa de moda y en eso, los jurados tienen mucha
culpa, porque si un autor se presenta con una canción espontánea, natural, sin
lo artificioso y oportunista de las canciones “festivaleras”, lo descalifican. Una buena canción puede
tomar cualquier temática, se trata de un concurso para escoger la mejor canción
y no la que más haga inventario de nostalgias y referentes identitarios de la
ciudad o pueblo donde se organiza el
festival.
Recordemos canciones de temáticas
amorosas que han sido ganadoras de festivales e igualmente han tenido éxito
comercial como “Fue aquella tarde” de Chiche Ovalle y “Si no
me abrazas” de Wilfran Castillo ganadoras
en Cuna de acordeones, “Brillará una esperanza” de Luis Egurrola en el Retorno
de Fonseca; “Nido de amor” de Octavio
Daza, ganadora en Arjona; “Juramento” de Marín, “El amor es un cultivo” de Rosendo, “Gitana” de Roberto Calderón o “Gaviota
herida” de su hermano Unaldo Efrén, ganadoras en el Festival de Compositores de San Juan del Cesar. Evidencias que una
buena canción puede cumplir los dos propósitos, recibir el aplauso del público
en la tarima y la refrendación de su aceptación en el disco y los medios.
Los festivales, aunque tienen el
espíritu de salvaguardar lo más tradicional,
son las instituciones que a veces
más inclinan a los músicos a adoptar ciertas “modas” que terminan por imponerse
como canon. En este caso, el Festival de la Leyenda Vallenata debe imponer una
moda que nunca falta en el arte: la de ser creativo, recursivo y expresivo, que
eso si falta en las canciones inéditas.
Publicado 02/05/2017 Diario del Norte
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