lunes, 3 de noviembre de 2014

EL CASO SILVESTRE: ECOS DE UNA DIATRIBA


Por   Abel Medina Sierra

(Publicado en Diario del Norte)

Mucha tinta y verborrea ha corrido desencadenada por la diatriba contra el cantante guajiro Silvestre Dangond por parte de quien es reconocido como la más alta cifra de la crónica y el reportaje en Colombia, como lo es Alberto Salcedo Ramos.  Desde los grandes medios hasta las emisoras locales, melómanos y músicos han opinado sobre un tema espinoso y que a algunos ha puesto a ondear entusiastas  banderas hostiles de “prosilvestrismo” y a otros, en cambio, los ha puesto a pensar.

Frente a esta diatriba pueden emerger varias posturas: la de total indiferencia, o la que ha instado a muchos a formar una trinchera de regionalismo a ultranza, dizque de “defensa de la identidad o la cultura guajira”, los que se rasgan  vestiduras para defender al vallenato y “a ese pobre y humilde muchacho que es buena gente”. A estos no les interesa cuánto de verdad hay en lo escribe Salcedo sino que como Silvestre es guajiro o cantante de nuestro  vallenato hay que defenderlo. Se trata de aquellos que defienden a Silvestre y justifican sus actuaciones. Son los mismos que le han hecho mucho daño a este, antes humilde y hoy presuntuoso intérprete, pues le han  hecho creer que a él “todo le luce”. Así le  decían a Diomedes, incluso, en Valledupar lo recibieron como si hubiera ganado el grammy cuando regresó de purgar pena  por homicidio culposo.
  El grueso de estos sujetos que han salido a defender al cantante está conformado por sus fanáticos, aduladores, disjockeys,   programadores y cazasaludos,  los que se pelean un saludito del artista de marras en cada uno de sus conciertos  y sus producciones.  En el caso de los medios regionales, es prácticamente imposible encontrar una postura crítica en las emisoras más emblemáticas de Valledupar o Barranquilla sobre los excesos, imprudencias y desmanes en los que suelen incurrir algunos  de nuestros más caros artistas del género vallenato. Quienes comentan son nada menos que los campeones de los saludos y tienen muchos privilegios por “endiosar” a estos ídolos, en fin, escasean los programas con seriedad crítica (quizás “La polémica Vallenata” de Cardenal Estéreo sea de los pocos).  
La otra posición es la de la reflexión. Silvestre bien se tiene ganada la diatriba de Alberto Salcedo Ramos, quien no es como muchos afirman, un neófito en esto de la vallenatología y bien puedo dar fe de esto pues conozco sus escritos y nos une cierto hilo de  amistad.  El artista urumitero debe entender que no es cierto que todo le luce; “lucirse” es sobrarse, ser un virtuoso y él ha hecho todo para mancillar su talento con máculas de irresponsabilidad. El escrito de Salcedo nos pone a pensar sobre la desmesura como ethos del colombiano, un tema que García Márquez ya ha tratado para explicar algunos fenómenos de la colombianidad (¿locombialidad?). Silvestre es una muestra de esa desmesura: no mide sus palabras, ni los efectos de lo que hace, es visceral, emotivo, reactivo;  pasa fácilmente de un gesto amoroso a uno radicalmente hostil. Como guajiro me siento orgulloso de su talento pero no de su comportamiento en el escenario, así que no me siento culturalmente representado por él como si parece que se sienten muchos. 
Otra reflexión que nos deja la diatriba es sobre los referentes de los ídolos del vallenato y su imagen como “modelos” para las nuevas generaciones. En los últimos años dos guajiros han portado la bandera como las máximas figuras del canto vallenato: Diomedes Díaz y luego Silvestre Dangond. El segundo definió su imagen quizás tomando lo peor del primero. La pregunta de Salcedo deben hacérsela los demás músicos que buscan la fama: ¿hay que ser  tan desmesurado, irresponsable, pendenciero, “patán de siete suelas” (sic), machista y extravagante para llegar a convertirse en el máximo ídolo de esta música? El éxito de Silvestre puede abonar el camino para que “Churo” Díaz, “El Mono” Zabaleta, Fawel Solano, Pillao Rodríguez,  Kavras.com  y cientos de nuevos intérpretes que pujan por un lugar privilegiado en el estrecho estante de la fama, tomen el mal ejemplo como el único camino al estrellato.  ¿No hay posibilidad de la sobriedad en un cantante famoso? Si la hay, un ejemplo es el de Jorgito Celedón. 
El día que silvestre sea más “silvestre”, entendiendo esta palabra como más genuino en el ethos guajiro, cuando deje de incitar a sus fanáticos a la hostilidad con sus frases fuera de tono, cuando piense antes de actuar y dimensiones que ya es un artista en quien todos tienen la vista puesta; cuando no desprecie la calidad vocálica que Dios le dio con mofas y la voz de anciano decrépito que usan en algunas canciones, cuando respete a sus colegas y fanáticos y deje de estar “roncando plata” como cualquier marimbero, entonces sí que se lucirá. La diatriba, aunque no le restará fama, al menos si le hará entender que no a todos les gusta algunas de sus acciones , que hay quienes prefieren  no ir a sus conciertos para no soportar sus “payasadas”, sus extravagancias y poco profesionalismo. Si a nuestros ídolos les llegara de vez en cuando estas diatribas ente tanta lisonja, seguramente serían menos desmesurados, menos rimbombantes pero  más personas. 
  

No hay comentarios.:

Publicar un comentario