miércoles, 5 de noviembre de 2014

NO TODO LO QUE SE TOCA EN ACORDEÓN ES VALLENATO


Por  Stevenson Marulanda Plata 
(Médico e investigador de la música vallenata)

“Tal como los musulmanes tienen la obligación religiosa de ir una vez al año a La Meca, santuario de Mahoma, para cumplir con un precepto que ellos consideran sagrado, los acordeoneros vallenatos más importantes cumplen la solemne obligación folclórica de asistir al festival que cada año, desde 1968, se realiza a finales de abril en la capital del Cesar” “…Es común escuchar, no solamente en la radio sino también en la televisión, a conjuntos vallenatos que interpretan chandés, fandangos, cumbiones, tamboreras, paseaítos y una que otra guaracha camuflada, sencillamente porque los conjuntos que los interpretan incluyen acordeón…

“…Con el fin de que no siga presentándose esta situación, en la que el locutor anuncia como “éxito vallenato” lo que no forma parte de dicha música, se sugiere que digan que se trata de un paseaíto por ejemplo, o de un chandé, interpretado por “el conjunto tal”. En su defecto, si se desconoce el aire musical en que está grabado el número que presentan, es mejor que se limiten a anunciar “un éxito del conjunto tal”, sin incurrir en la errónea afirmación de que se trata de un tema vallenato”…
Mi juicio, que comparto totalmente con Julio Oñate Martínez, autor de las anteriores reflexiones, va en el sentido de que el Festival es un riguroso concurso musical para preservar la pureza de los cuatro aires escogidos. Sin embargo, pienso que esto no quiere decir que los aires no seleccionados por los que escribieron esta estricta reglamentación queden excluidos también, de la música vallenata y proscritos y exiliados como parias de la cultura vallenata. En otras palabras, cuando crearon esta religión dijeron: la música vallenata son estos cuatro, el resto no es música vallenata. O dijeron, vamos a hacer un concurso de música de la región, solamente podrán participar con estos cuatro ritmos, el que toque otra cosa queda descalificado de la competencia. Los dos enunciados son diferentes, y de verdad, me gustaría conocer el texto de la norma. El primero es excluyente, el segundo no; éste último solamente se refiere al concurso. Bien saben los abogados que las leyes son cosas vivas, que tienen un espíritu y que su interpretación o hermenéutica, es toda una ciencia. No sea que estemos confundiendo las leyes de un concurso con las leyes de todo un folclor y de una cultura. Ahora, esto no es cuestión de abogados, si la gente del común, incluyendo a los locutores, siente como propiamente vallenata los aires incluidos y no incluidos en el concurso, creo con todo respeto, que eso hay que aceptarlo, y respetarlo también, sin perjuicio de mantener el fundamentalismo y la ortodoxia de que habla con toda razón el brillante escritor Oñate Martínez en aras de mantener la pureza del son, de la puya, del merengue y del paseo. A no ser que se piense que las leyes del concurso del Festival son las leyes de la música vallenata.
¿Solo lo que se toca en la competencia del Festival Vallenato es toda la música vallenata?
─ ¿Cómo así?
Sorprendido y frustrado, me dice el cachaco amante acérrimo de nuestra música, y sigue:
─ ¿Marulo, si Los sabanales y Mi color moreno no son música vallenata entonces qué son?
─ ¿Luego Los sabanales y Mi color moreno, no son clásicos del maestro Calixto Ochoa interpretados por Diomedes Díaz y Juancho Rois?
Me costó trabajo explicarle al amigo cachaco, bien rolo pues, que Los sabanales y Mi color moreno no son vallenatos. Fue un lío.
Y, sin salir del asombro y de la angustia el necio siguió:
─¿Vení vení, Sió sió, El duende, Sí, sí, y La prima de Juancho Polo, tampoco son música vallenata?
¿Ni Anhelos ni Ojos verdes?
¿Ni La chambaculera, ni El vendaval, ni La camisa rayá, ni Se acabaron ya?
¿Farid Ortiz no toca vallenatos?
─Ni siquiera a los paseos románticos les quieren dar visa de vallenato serio─. Me tocó decirle
¿Y La Nueva Ola?
La Nueva Ola toca vallenato solo cuando le da la gana. También le dije.
Entonces los costeños van a tener que hacer un concilio ecuménico para que nos expliquen a los profanos que somos la mayoría qué cosa es música vallenata y qué no, con reglas claras que las entienda todo el mundo, y no unos pocos jerarcas y académicos como los antiguos monjes medievales encerrados en sus monasterios y abadías. Yo estaba convencido que la música vallenata era un universo más grande, hasta ahora me doy cuenta que solamente son cuatro ritmos seleccionados para participar en un concurso. Me siento estafado, me dijo con refinada ironía andina.
Por fuera de la competencia del Festival Vallenato hay mucha música de acordeón, caja y guacharaca que nos identifica y que sentimos como propia, y toda la nación la siente como vallenata. Estimo que no debemos perder ese tesoro.
Concurso musical en el Festival Vallenato y cultura musical vallenata ¿dos cosas distintas?
Este interrogante me preocupa mucho. Siendo cierto que, los cuatro aires elegidos para concursar en el Festival Vallenato y conservar así la pureza de ellos cuatro como un representativo de toda la música de la región que se toca con acordeón, y preservarlos de contaminaciones comerciales ─y en eso estoy plenamente de acuerdo─ también es cierto que varios de los que se quedaron por fuera de esta competencia hacen parte de la cultura vallenata y de sus raíces. Por lo menos yo, como ciudadano de la nación vallenata, me identifico culturalmente con muchos de esos temas excluidos de la vallenatía, como dicen los vallenatólogos modernos, y me siento auténticamente representado por el autor, por el mensaje, por los intérpretes y por el ambiente y la alegría que irradian. Lirio Rojo, un paseo clásico de Calixto me gusta, pero degusto y evoco más el paseaito Los sabanales, por ejemplo.
Me parece, con todo respeto, que la cultura vallenata, no se puede dar el lujo de auto expropiarse, de cercenarse, de amputarse buena parte de lo que por sano derecho le corresponde.
La verdad es que no es fácil desagregar o separar a cuatro miembros de una misma familia de sus demás congéneres, y mediante una ley artificial ubicarlos en un sitio diferente, como en una especie de pedestal y mostrarlos como cosa distinta, incluso, a sus propias raíces, a sus propios padres; y peor aún, hacerlos negar, desconocer y deslegitimar su propia descendencia, a sus propios hijos. Es como si en la evolución de las especies, Dios hubiera escogido cuatro de ellas, y les hubiera ordenado imperativamente: ustedes son una isla evolutiva, no provienen de nadie sino de ustedes mismos, olvidarán y negarán, como a vientres prestados, a sus padres y abuelos porque ustedes son los aires más bellos y puros de la creación, hijos legítimos de mi mejor soplo divino. Tampoco tendrán descendencia, su cándida y hermosa pureza, cual la de mis mejores ángeles, no les permite mezclar su sangre celestial con ningún otro impulso creativo. Ustedes cuatro reinarán para siempre y cualquier desliz de descendencia que se detecte será tratado siempre como una sucia mancha, y a lo sumo como hijos espurios y bastardos.
Otra cosa es que Dios hubiera dispuesto:
Ustedes cuatro, los aires más bellos y hermosos de mi creación, respetarán y venerarán a sus mayores. Sus hijos y descendientes, aunque no serán tan preciosos y perfectos como ustedes serán reconocidos como su legitima prole y serán tratados como familia. De hoy en adelante los nombro heraldos de la tradición y serán ustedes la fuente de la sabiduría y de la luz donde beberán y calmarán su sed y alumbrarán su camino las siguientes generaciones.
Las siguientes palabras textuales del respetadísimo investigador y tratadista Julio Oñate Martínez en su libro “El ABEC del vallenato”, podrían interpretar esta idea, cuando dice:
“…de la misma manera que los musulmanes imploran en sus oraciones a Mahoma, los acordeoneros en el Festival interpretan exclusivamente los cuatro aires folclóricos de la modalidad vallenata: puya, merengue, paseo y son. Lo anterior ─en cumplimiento de uno de los mandamientos o propósitos del certamen, la conservación de estos aires y de su interpretación dentro de los más rigurosos cánones impuestos por la tradición histórica musical”
Paradojas del locutor
Me preocupa, entonces, que vallenato, según los estudiosos de vallenato, sea solamente paseo, merengue, son y puya, y el resto de sus parientes no; aunque la pieza en cuestión tenga la misma tradición de sus hermanos, incluso a veces sea del mismo autor, y lo toque el mismo conjunto en el mismo trabajo discográfico.
Entonces el locutor a que se refiere mi dilecto amigo y respetadísimo investigador debería decir cosas como esta: Seguidamente les presento de Calixto Ochoa el paseaito Los sabanales, un tema no vallenato, interpretado por Diomedez Díaz y Juancho Rois.
O también podría decir: Seguidamente les presento de Calixto Ochoa el paseaito Los sabanales, un tema de música tropical, interpretado por Diomedez Díaz y Juancho Rois,
O, Seguidamente les presento de Calixto Ochoa el paseaito Los sabanales, un tema de música vallenata, interpretado por Diomedez Díaz y Juancho Rois. Advertencia: El paseaito no es un ritmo apto para concursar en el Festival Vallenato.
Es decir para ir en la línea de Oñate Martínez el locutor debería, aunque sea de vez en cuando, decir cuales temas son aptos para participar en el concurso del festival de Valledupar y cuáles no, porque en la rutina de la vida diaria la gente común y corriente no es capaz de diferenciar si Los sabanales, Sueño triste, Todo es para ti, Diana, La charanga campesina, o El palo e´ mango, son vallenatos o no son vallenatos. Y ahora menos con la Nueva Ola que ni siquiera rotula los temas.
¿Qué ritmo es El amor amor?
Tenía que ser Juan Gossaín el preguntón.
La pregunta surgió en un conversatorio sobre vallenato que sostuvieron Alfonso López Michelsen, Rafael Escalona, Consuelo Araujo y Juan Gossaín, hace ya algún tiempo en Bogotá, según aparece en El “Pollo López, El cronista de Macondo de Rafael Oñate R, ya citada.
─El pilón es ritmo de paseo a legre. Contestó doña Consuelo Araujo
¿Habrá algo más antiguo que El pilón y El amor amor? Volvió a preguntar Don Juan, después que dijo:
─Uno oye cualquiera de esas dos piezas y nota, en su estructura poética, que sus versos fueron recogidos en diferentes lugares. Son versos aportados por varios pueblos.
Doña Consuelo hablando del vallenato primitivo en su obra Vallenatología, Orígenes y fundamentos de la música vallenata, al respecto del Amor amor y del Pilón, nos cuenta:
“Es indiscutible que entre los exponentes de esta clasificación genérica del vallenato se encuentran personajes mucho más antiguos que el popio Francisco El Hombre, como José León Carrillo, Cristóbal Luquez, Abraham Maestre, y muchos otros que vivieron y mantuvieron el auge del acordeón en la región de Atánquez, donde, sostienen algunos, se originó El amor amor, un antiquísimo canto de autor no precisado que, junto con El pilón, se han convertido por derecho propio en una especie de himnos vallenatos. Estas dos composiciones muy semejantes entre sí en cuanto a la construcción de las estrofas, difieren en que el primero es un son y el segundo está compuesto en ritmo de paseo, con un estribillo en ritmo de puya. Y ambas se estiman como lo más representativo de nuestra música y sus ritmos musicales se utilizan con frecuencia para que autores espontáneos, le construyan nuevas e improvisadas estrofas según las circunstancias. No hay acto de trascendencia e importancia en Valledupar que, admitiendo una manifestación festiva, no se inicie con las notas armoniosas de El pilón para acabar ─si acaba─ envuelto en la cadencia del Amor amor”
Si esto es así ¿por qué en el Festival Vallenato no concursan con El pilón o con El amor amor?
Pero examinemos esta otra versión del también investigador, folclorista y escritor cienaguero Guillermo Henríquez Torres que al respecto de los pilones ─son varios─:
“…La melodía y versos de la danza la Maestranza, atribuida por alumnos de su escuela a Eulalio Meléndez, es semejante a la ídem del Pilón, danza de carnaval que se saca en Valledupar, probablemente desde fines del siglo XIX. La Maestranza desapareció del carnaval de Ciénaga, pero una excelsa bailarina, Digna Cabas, mujer de fuerte ascendencia africana y nieta de un holandés, nos dio sus versos iniciales, que hablan de calles samarias y probablemente cienagueras. Esta canción fue apropiada más tarde por un famoso gaitero de San Jacinto (Bolívar). De la misma manera, la melodía de Las pilanderas de Tenerife y El Banco es idéntica a la conocida como El pilón guajiro, que subsiste en Riohacha”
Mi experiencia personal con los pilones, que ya conté en el capítulo de los bailes cantao, es la siguiente:
“La Rama del Tamarindo” es la base del Pilón Fonsequero. Lo aprendí muy niño de mi papá y de sus amigos en Fonseca, que en grupos por la calle y sardineles cantaban y palmoteaba en cada carnaval con la cara sucia de maizena. La primera vez que oí a mi papá echando versos del Amor amor sobre la estructura rítmica, melódica y responsorial de “La Rama del Tamarindo” fue en el patio de la casa de Gollo Rincones y Macha Martínez. Después yo lo hice exactamente igual con mis amigos, incluyendo la improvisación de versos cantados con la misma estructura responsorial. Después, investigando para escribir esto que usted está leyendo ahora, me entero que la “Rama del Tamarindo” es un baile cantao de la especie Son de Negro, de los que aún cantan los negros de la región del Canal del Dique. En YouTube encontré muchas grabaciones de las cuales solo conocía una: la de Juan Piña. Lástima que mis hijos, cacahacos y costeños no tienen ni idea de esto.
Examinando estas tres referencias, la de Doña Consuelo, la de Henríquez Torres y la mía, y para contestarle la pregunta a Don Juan Gossaín, personalmente me parece que El amor amor y El pilón vallenato, y también sus hermanos, los otros pilones, pertenecen a la rica familia de los bailes cantao, y que específicamente podrían pertenecer a la especie Son de Negro que predomina en la región del Canal del Dique.
La verdad, me preocupa que en el vallenato se cometa la misma injusticia racista que se cometió en el Tango. En Argentina y Uruguay las raíces negras del Tango se borraron. La Milonga y el Candombe son totalmente ignorados como su base rítmica. Afortunadamente en este tema se está haciendo un poco de justicia como nos lo cuenta Quintín Quintana, un etnomusicólogo investigador de las raíces culturales de la música rioplatense:
“Milonga es el nombre más justo para denominar a nuestra identidad cultural del estuario del Plata, ya que, ante el genocidio que hicieron con los pueblos originarios de aquí, lo que se mezcló y dio este nombre como primer resultado mulato cultural, fue lo criollo con el infinito aporte de los pueblos bantúes esclavizados…
“Gradualmente la milonga se va trasladando a la ciudad y se junta en los suburbios, y la milonga se va transformando, hasta que ahí nace el tango…
“…Entonces aquella milonga lenta se empieza a acelerar, empieza a tener una influencia del europeo que llega en la última inmigración de 1900 y empiezan a tocar aquellas milongas ya con clarinete, con flauta, arpa, otros instrumentos…y ya se hace bailable en salones…
“En esa nueva ciudad que se empieza a llenar de personas de distintos orígenes surge el tango con la base de la milonga como una nueva música…el problema es la inconciencia de nuestra verdadera identidad, el desconocimiento y negación de nuestras distintas raíces culturales…No nos olvidemos de que luego de aquella historia verdadera vinieron los nefastos historiadores y demás historiadores a sueldo, a decir que esto fue así o asá, y a legalizar el blanqueamiento de este país” ¿Será que el chandé, la tambora, los pajaritos, el son de negro, la chalupa, la guacherna, y todas esas raíces negras, están sufriendo el mismo proceso de blanqueamiento del que se queja el etnomusicólogo rio platense? Honradamente creo que hace falta más investigación científica en la música del caribe colombiano.
La marca vallenato
La creación del Departamento del Cesar lo mismo que del Festival Vallenato fueron un acierto histórico bien logrado. Difícilmente vuelven a coincidir en el mismo pedacito de planeta seres humanos como Alfonso López Michelsen, Gabriel García Márquez, Rafael Escalona y Consuelo Araujo. El éxito del Festival Vallenato y del posicionamiento de la marca vallenato se ha debido a varios factores.
La palabra vallenato comenzó a hacer carrera hace mucho tiempo. Bien es cierto que en sus inicios, hace más de cien años, la usaban los samarios y circunvecinos a la Zona Bananera para referirse de manera despectiva y burlona a las gentes de la provincia, cesar y guajira
Los mismos cienagueros ponían a sus conjuntos de música nombres alusivos a estas provincias, por ejemplo Bovea y sus vallenatos y Trío Fonseca, este último lo armó Ángel Fontanilla, la excelente segunda guitarra de Guillermo Buitrago, en honor a Fonseca Guajira.
El conjunto de cachacos más famoso de Bogotá de música costeña se llamó Julio Torres y sus alegres vallenatos.
Luís Enrique Martínez, el más grande acordeonero que ha tenido esta música en Colombia nacido en Fonseca Guajira, fue bautizado en el Guamo Bolívar con el remoquete de “El Pollo Vallenato”, nombre que este andariego juglar usó con orgullo, engreimiento, vanidad y a veces inclusive con cierta petulancia, por todo el caribe colombiano, hasta hizo un canto, “El Pollo Vallenato” que grabó y fue un éxito en su tiempo.
Famosas fueron las piquerias de los músicos del Cesar y de la Guajira con los músicos del Magdalena donde los segundos ridiculizaban a los primeros diciéndoles vallenatos.
Después sería Rafael Escalona, nacido en Patillal, goteras de Valledupar quien irrumpe en el ámbito de la música nacional con el sello vallenato.
En 1968 se crea un Festival en Valledupar cuyo eje fundamental, principio y fin, es la música de la región, condición sine quanon: acordeón, caja y guacharaca. Nombre: Festival de la Leyenda Vallenata, popularmente Festival Vallenato. La nación entera lo acoge, lo aplaude, lo admira. Los siete departamentos costeños participan y lo aceptan. Hacía falta, alguien tenía que hacerlo, pudo haber sido Riohacha o Santa Marta o Barranquilla o Sincelejo o Cartagena, o Montería, pero no se les ocurrió, esta música todavía no era bien vista, no estaba bien posicionada. No era una empresa cierta, podría ser un riesgo hacer el oso, dicen mis amigos los andinos. Valledupar creyó, lo hizo, invirtió y posicionó El Festival y posicionó la marca vallenato.
Afortunadamente para Valledupar y para la marca que estaba impulsando la suerte lo estaba acechando. Primero fue el desfile de acordeoneros campesinos, excelentes y auténticos juglares de verdad que año tras año le dieron gloria y grandiosidad a los festivales y cada día el pueblo raso y alto se emocionaba igual, el júbilo y la pasión por estos nuevos ídolos del pueblo era una exaltación colectiva: Alejandro Durán, Calixto Ochoa, Adolfo Pacheco, Emiliano Zuleta Baquero, Luís Enrique Martínez, Andrés Landero, Colacho Mendoza, Náfer Durán, Julio de la Ossa, Miguel López, Alfredo Gutiérrez, Rafael Salas y luego muchos más.
Luego sería la era de grandes artistas. Estrellas de verdad, seres humanos iluminados ya sea para la poesía, para el canto o para la ejecución, los que reafirmaron definitivamente el sello vallenato.
En 1970 sale de La Paz Cesar una voz inmortal, un canto jamás oído en estas tierras. El acordeón, la caja y la guacharaca jamás volverían a ser lo mismo, con Jorge Oñate el salto fue galáctico, la valorización de esta música se sintió, el cimbronazo de Oñate fue fuerte. Enseguida, esta vez de Villanueva Guajira, otra potente voz emerge de las entrañas mismas de la sierra, una voz que recoge todas las voces de la provincia de Valledupar y de Padilla, una voz del monte que junto con un acordeón heredado de esa misma raza le dan identidad a la región y a su música, fueron Los Hermanos Zuleta, Poncho y Emiliano.
Después Rafael Orozco, una voz de ángel, o un ángel de Becerril, con voz, fundó al lado de Israel Romero de Villanueva El Binomio de Oro, conjunto estrella que posicionó la marca vallenato en varias ciudades colombianas, especialmente en Barranquilla y en Venezuela.
Luego vendría Diomedes Díaz, un talento artístico muy superior, impresionante puesto en escena, en un patio, en la parranda, con micrófono sin micrófono, en la sala, en la cocina, donde fuera un espectáculo mayor estaba a la vista. Junto con Colacho Mendoza, Juancho Rois e Iván Zuleta, impulsaron aún más la música que en Colombia y en el exterior se conoce como vallenata.
Después Héctor Zuleta y Adaníes Díaz, Pedro García de Atanquez, Beto Zabaleta de El Molino Guajira, Silvio Brito de San Juan y de Fonseca, Iván Villazón de Valledupar, Carlos Vives de Santa Marta, y tantos más hasta llegar hoy a Peter Manjarrez de Valledupar, Jorgito Celedón de Villanueva, Pipe Peláez de Maicao, los kvrass de Valledupar, Churo Díaz de Urumita, Fawel Solano de Fonseca y Silvestre Dangond de Urumita, pasando por Kaleth Morales y tantos otros a quienes ofrezco mis excusas, continuaron generosamente, sin discriminación, y sin circunscribirse solamente a los cuatro aires que exige el concurso del Festival de la Leyenda Vallenata, la construcción y el posicionamiento de la palabra vallenato o vallenata, para referirse a la música costeña que se toca con acordeón, o aún con guitarra. También lo usan para referirse a las personas oriundas de Valledupar, es decir su gentilicio.
Por el lado de la poesía y de la crónica, las mentes y los espíritus de la provincia de Valledupar y de Padilla, también fueron inmensos: Rafael Escalona, Emiliano Zuleta Baquero, Lorenzo Morales, Poncho Cotes, Tobías Enrique Pumarejo, Chema Gómez, Gustavo Gutierrez, Santander Duran Escalona, Emiliano Zuleta Díaz, Héctor Zuleta Díaz, Mario Zuleta Díaz, Juan Segundo Lagos, Rafael Manjarrez, Fredy Molina, Octavio Daza, Máximo Movil, Leandro Díaz, Hernando Marín, Félix Carrillo Hinojosa, Rosendo Romero, Romualdo Brito, Sergio Moya Molina, Carlos Huertas, Julio Vázquez, Marciano Martínez, Roberto Calderón, Efrén Calderón, Aurelio Nuñez, Franklin Moya, Edilberto Daza, Ildefonso Ramirez, Isaac Carrillo, Luís Egurrola, Hernán Urbina Joiro, Marcos Díaz, Geño Mendoza, Chema Moscote, Álvaro Tovar Vergara. Todos y tantos más componen versos y músicas que ellos llaman vallenata.
Los virtuosos del acordeón también aparecieron, además de los veteranos mencionados los que siguieron también continuaron iluminando el camino vallenato y la palabra vallenato. Entre otros fueron:
“El Debe” López, Emilianito Zuleta Díaz, Héctor Zuleta Díaz, Israel Romero, Juancho Rois, El Pangue Maestre, El Chiche Martínez, Omar Geles, Álvaro López, Eliecer Ochoa, Egidio Cuadrado, los dos Chema Ramos, Cocha Molina, Saúl Lalemand, “El Pollito” Herrera, Iván Zuleta, Hugo Carlos Granados

Los sabaneros tienen razón
“Con la sabiduría y la experiencia en sus manos, cuatro de los más grandes artistas populares de la costa Atlántica emprendieron una dura batalla para aclarar de una vez por todas que ellos no son músicos “vallenatos” y para que Colombia entera conozca la riqueza folclórica de la región de las sabanas”. Dijo El Tiempo el 4 de julio de 2012.
Como Roma, la música de las provincias de Valledupar y de Padilla, que lleva el estandarte de vallenato ha sido imperialista: invasiva, conquistadora, colonizadora, e imponente.
¿Esto es bueno, o es malo? Depende de la mirada. Para Valledupar y para los vallenatos, la metrópoli, es muy bueno; pero para los que se sienten colonizados no es bueno. Es pésimo ser colonia.
El escritor y periodista Rafael Oñate Rivero, en Calixto Ochoa, El rey de la picaresca cotidiana se refiere así a esta música: “Esta modalidad de la música Caribe tiene su patio en el departamento de Sucre en Colombia, es el epicentro regional donde se da origen a la música sabanera, toda una cultura musical que gira en torno a las vivencias y el trajín de las corralejas y los personajes que la circundan en las diferentes épocas del año cuando se desarrollan las festividades populares que congregan a connotados intérpretes, compositores y amantes de la ejecución de sonados ritmos como: la Cumbia, el Porro, el Fandango, el Paseaito y la Gaita, entre otro.”
Alfredo Gutiérrez, de Sucre, “El Rebelde del acordeón, el tres veces Rey Vallenato, Aníbal Velázquez, Barranquillero, realmente una figura legendaria del acordeón, de la talla de cualquiera de los grandes del vallenato, Lisandro Meza, también de Sucre, otro incomparable artista del acordeón, del canto y de la composición, junto con Adolfo Pacheco, “El Poeta Sabanero, de San Jacinto Bolívar, iniciaron una justa cruzada para que el mundo entienda que ellos no son vallenatos, ni geográfica ni musicalmente, que su música aunque parecida es diferente a la vallenata. Lisandro Meza por ejemplo manifiesta que: “No todo lo que se toca en acordeón es vallenato. La música sabanera fue la primera que se escuchó fuera del país; incluso los primeros éxitos colombianos en el exterior fueron sabaneros (La múcura, El caimán, Año Viejo, La banda borracha, entre otros),y eso no lo saben las nuevas generaciones”
En otro de los apartes la nota periodística de El Tiempo continúa diciendo:
“Quieren que el país conozca los más de treinta ritmos de la música sabanera. Que se sepa que antes de que se conociera el vallenato, por el mundo ya sonaban porros y cumbias. En fin que la riqueza musical del viejo Bolívar -Atlántico, Sucre, Córdoba y Bolívar- sea reconocida en todo su esplendor”.
“No admitimos, entonces, maquillar más la verdad: “No todo lo que se toca en acordeón es vallenato”
La anterior aseveración es del escritor y periodista de Sincelejo Alfonso Hamburguuer autor de la obra En Cofre de Plata, música corralera, de la plaza de Majagual a la Modernidad.
Las siguientes también son reflexiones del periodista Hamburguer que, aunque entresacadas de un blog de internet, conservan el contexto general de la idea y son representativas de su pensamiento central.
“…El problema es la palabreja, usada indistintamente para todo lo que lleva acordeón… Para algunos, el término vallenato, ha sido una especie de contaminador del ambiente y ya es poco probable limpiar ese aire…Hasta a Carlos Vives, por el hecho de cantar algunas canciones de Escalona, lo tildaron de vallenato. O sea, cuando conviene, por asuntos de promoción, es vallenato, pero a la hora de señalar linderos, o descalificar en el festival, no. Y el favorecido fue tanto el vallenato como Vives. El vallenato (otra vez la palabra) por ganar espacios donde solo había llegado la cumbia…También operaron las casas disqueras que hasta al propio Adolfo Pacheco obligaron a llevar el remoquete de vallenato. Lo lógico sería llevar, desde su primer LP con Ramón Vargas, el sello de “Adolfo Pacheco el poeta sabanero”. Grababa o grababa. Fue una imposición. Lo pusieron vallenato desde el principio, siendo nieto de un gaitero. Jamás se sintió vallenato porque es un sentido de su montaña.
“…Se implementó la parranda vallenata, en la que los artistas sabaneros eran llevados para calentar los equipos. Defender la sabaneridad ha sido doloroso y riesgoso. Hemos seguido al gran jefe de la tribu sabanera, el maestro Adolfo Pacheco. Y una de las metas es que a quince o veinte años, la gente sepa por lo menos diferenciar un aire sabanero de uno vallenato.
“…La música sabanera no hay que rescatarla, porque no se ha muerto, simplemente hay que darle su espacio. Un día a nosotros se nos dijo que éramos “vallenatos sabaneros” y desde entonces caminamos con ese estigma. O sea, somos unos vallenatos desmejorados. Y lo máximo es ser vallenato de verdad.
“…El festival fue quedando como pieza de museo, se volvió repetitivo. Por fuera de este, el conjunto vallenato se fue apropiando de elementos típicos de la música sabanera…
“…con los acercamientos que hemos tenido estas escuelas y estilos, por llamarla así; en que sólo la unidad nos puede amparar ante las amenazas visibles a nuestra música de acordeón, que es el universo…En este sentido el clúster que se propone, debería ser para las músicas del Caribe y no sólo para la vallenata, que no es la única ni la más auténtica. Habrá que empezar por amparar la cumbia, que es la madre de todos los ritmo no sólo de Colombia, sino del Caribe y Suramérica”
De todas maneras me parece razonable el reclamo de Hamburguer. Los sabaneros no tienen por qué tener una impronta que no les pertenece y sobre todo que tienen una que de sobra los identifica plenamente.
Estalló la paz de los acordeones, vallenatos y sabaneros en Cartagena
“Llegaron para acabar con una legendaria disputa sobre su origen y la pureza de ese género…desde tiempos inmemoriales los artilleros de la sabana disparan a los vallenatos con el fuego graneado de una acusación: la de haberse quedado no solo con el nombre sino con el festival y las tradiciones de una música a la que consideran herencia compartida, patrimonio de una misma familia. Los francotiradores de la provincia, a su turno, con un cañón puntilloso bombardean a los sabaneros, sindicándolos de haber falseado la pureza vallenata al agregarle algo de porro, un poco de cumbia, una pizca de gaita. Hasta ahora no había Dios posible que restableciera la armonía. Si no fuera porque se trata de un juego de palabras demasiado obvio, yo diría que esa ha sido la afilada bayoneta de los vallenatos.Es, hasta donde se sabe, la única guerra hermosa que se ha librado en Colombia. Pero ha dejado muchas víctimas. Conozco el caso de una dama de Montería, casada con un caballero de Riohacha, residentes ambos en Barranquilla, que tuvieron un matrimonio armónico y envidiable hasta hace treinta años, el día en que ella puso un merengue de Alfredo Gutiérrez en el tocadiscos de batería, y él se paró del sofá.
-Eso no es vallenato -dijo el señor Iguarán-. Eso es ópera.
Su mujer se sintió tan ofendida, que no ha vuelto a hablarle nunca más, ni siquiera en el entierro de la suegra. Pero, eso sí, con refinada venganza femenina, cada noche pone a todo volumen las canciones de Andrés Landero. Su marido se hace el sordo y finge que está leyendo el periódico. De Juan Gossaín para El tiempo abril 10 2011
El nombre es lo de menos
Mi papá, Enrique Marulanda Aarón (q.e.p.d), era un campesino típico de la Provincia de Padilla, encapotado en una repentina, irreflexiva e irreverente espontaneidad, propio de esa gente tropical y montaraz. Cierta vez, siendo yo estudiante de medicina de la Universidad Nacional, vino a Bogotá a un chequeo médico. En una de esas salidas fuimos a un restaurante de carnes del Norte, de cierto prestigio, cosas a las que él no estaba acostumbrado, y tampoco le gustaba. File mingón, steak pimienta, baby beef, punta de anca, y otros nombres raros en una carpeta lujosa lo pusieron incómodo. Yo hice mi pedido rápidamente y luego me hice el de la vista gorda y clavé la mirada en la carta de él, a ver qué hacía. Nada, sencillamente, con su voz de silbido de culebra, le dijo al mesero:
−Mire mijito, tráigame un pedazo de carne bien asada y dos pedazos de yuca buena, cocida, y póngale el nombre que a usted le dé la gana− y enseguida agregó −eso sí suavecita, porque mire− y con el dedo índice de la mano derecha se bajó el labio inferior y mostrándole la dentadura le dijo –no me sirve ni uno−
Así se la trajeron, gustoso comió y gustoso pagó sin importar el nombre con que un teórico y glamuroso chef citadino la hubiera bautizado.
Moraleja: Las cosas, incluida nuestra música de acordeón, cuando gustan, gustan, y se consumen sin importar el nombre que les pongan. A la música de acordeón pónganle el nombre que les dé la gana.

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